Como padres, una de las facetas más importantes del desarrollo de nuestros hijos son las habilidades del lenguaje y la comunicación. ¡Qué importante el momento en que nuestro hijo o nuestra hija pronuncia su primera palabra! Parece un milagro y ¡cómo nos gusta oírla! Y, una vez que la pequeña puede enlazar frases, su personalidad brilla y podemos conocerle aún mejor. Estos maravillosos momentos de la paternidad son muy anticipados y atesorados. Sin embargo, el ansia de escuchar hablar a nuestro hijo nos empuja a reprimirle, sin querer, al abrumarle con miles de preguntas.

El habla, el lenguaje y la comunicación son vitales para todo lo que hacemos (expresar opiniones, negociar, conseguir lo que necesitamos, la interacción con quienes nos rodean y la formación de relaciones). Si aprendemos a comunicarnos es porque tenemos la necesidad de hacerlo, ya sea para sentirnos socialmente incluidos o para conseguir la próxima comida. Cuando estimulamos el lenguaje de un niño es importante no olvidarse de esto, dado que la motivación es clave para que el resultado sea fructífero.

¿Has sentido que cuánto más le preguntas, menos responde? ¿Alguna vez has sentido que no quiere hablar contigo? A veces, el uso de preguntas no es la mejor herramienta para estimular el lenguaje y la comunicación.

A menudo, los padres plantean preguntas cuyas respuestas ya conocen. Este tipo de pregunta tiene poco valor para el niño o la niña. Por ejemplo, si preguntas a tu hija: ‘¿de qué color es?’ y tu hija sabe que conoces la respuesta, probablemente no verá mucho interés en contestarte. En relación a esto y al tema de la motivación, es clave variar el estilo de las preguntas. Si preguntas constantemente, por ejemplo, por el nombre de objetos a vuestro alrededor, puede aburrirse y desmotivarse.

Además de la motivación, la autoestima es otro elemento que no debe perderse de vista. Cuando bombardeamos a los niños con muchas preguntas pueden empezar a sentirse inseguros y pueden resistirse a contestar. Puede que sientan presión por contestar correctamente o puede que se sientan evaluados. ¿Cuántas veces ha ocurrido que un niño ha dicho una palabra nueva pero, al pedirle que la repita para los abuelos, se esconde callado detrás de las faldas de mamá? La autoestima y el deseo de comunicarse están estrechamente vinculados. Piensa en quien está aprovechando más las preguntas: ¿su hijo está realmente interesado o eres tú quien se queda satisfecho por haber ‘estimulado’ su habla?

Cuando solo plantea preguntas a su hija, limita sus oportunidades de desarrollar sus habilidades de comunicación y lenguaje. Existen otras maneras de estimular el lenguaje: Comentarios: Puede iniciar una conversación con su niño tan solo comentando lo que está mirando. Así le haces saber que estás interesado y, además, puedes darle nueva e interesante información. Es posible que se sorprenda con las interacciones de su hijo o hija, pues ahora está libre de las restricciones que suponen el marco de una pregunta cerrada.

Ampliar lo dicho por su hijo o hija: Puedes ampliar las palabras que conoce tu hijo mediante la adición de otras nuevas. Por ejemplo, si tu hija dice ‘coche’, tú puedes agregar una palabra y decir ‘coche rojo’. Existen muchas maneras de ampliar lo dicho –se puede hablar de los sentimientos que suscitan (‘te gustan los coches’), describir lo que está sucediendo (el coche va rápido), sugerir lo que podría pasar (el coche se va a estrellar) y dar explicaciones (el coche no funciona porque la rueda se ha caído). Usar las formas de preguntas apropiadas:

A través de preguntas cuyas respuestas realmente desconoces, puedes dejar claro tu interés y animar así a tu hijo a pensar y a mantener la conversación. Por ejemplo, si jugáis con una muñeca, en lugar de preguntar ‘¿qué es esto?’ o ‘¿de qué color es su vestido?’ puedes preguntarle: ‘¿Qué va hacer la muñeca ahora?’

La jerarquía de preguntas: Cuando le preguntamos algo a la niña, es importante ser consciente de las destrezas que requiere para contestar:

  • ¿Necesita responder con una palabra?
  • ¿Necesita elegir entre dos cosas que le has ofrecido?
  • ¿Necesita resolver un problema complejo y verbalizarlo?

A veces los padres no logran conectar con su hijo porque le están haciendo preguntas demasiado difíciles para el nivel del niño.

Las preguntas más fáciles son ¿qué? y ¿dónde? Con dos años, la mayoría puede señalar la ubicación de un objeto o de una persona señalándolo con el dedo y/o nombrando el lugar –por ejemplo, en el sofá. Dado que los niños de dos años ya tienen un vocabulario de 50 palabras o más, son ya capaces de dar una respuesta verbal a la pregunta ‘¿qué es esto?’

Es un poco más complejo entender la pregunta ¿quién? Aquellos niños que todavía no respondan a ‘qué’ o ‘dónde’ tendrán todavía más dificultades con ‘quién’.

El siguiente paso sería ¿cuál?, por ejemplo: ‘¿cuál es la bici de la abuela?’ Con cinco años, la mayoría ya pueden responder a cuestiones que requieran una predicción de futuro: ¿qué pasará después?, además de a por qué o cómo –por ejemplo: ‘¿por qué la taza está rota?’ o ‘¿cómo sabemos que la chica está feliz?’

Las preguntas son componentes fundamentales de la comunicación y es esencial que los niños aprendan a plantearlas y a responderlas pero, cuando la interacción entre padre e hijo está basada únicamente en las preguntas, ambos pierden oportunidades para practicar y experimentar otras formas de comunicación que, no solo enriquecen las destrezas del niño sino también su relación con sus padres, su autoestima y su motivación. Con estas piezas bien imbricadas, su hijo o hija tendrá mayores posibilidades de comunicarse con éxito.

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