Así como la sabiduría misma puede revelarse a través de las cosas más sencillas, resulta ser que a menudo, grandes tratados de psicología se encuentran escondidos en los recovecos más insospechados e incluso aparentemente ingenuos.  He aquí uno de ellos.

En algún lugar del capítulo 4, del que puede considerarse uno de los más tiernos e inocentes relatos, Antoine de Saint-Exupéry en su “Principito”  nos cuenta como la prueba de que este pequeño existió, “es que era encantador, que reía y que quería un cordero”.  Subrayemos aquí el concepto de querer un cordero y remontémonos al relato.  El Principito, aquel “hombrecillo rubio”,  como lo llamaba el narrador y piloto de la historia le pide nada más y nada menos, justo en el momento en que lo conoce, que le dibuje un cordero. Y la razón por la que le pide un cordero, es porque quiere un amigo.  Para Antoine, la prueba  fehaciente de la existencia  de aquel ser menudo, era el hecho de quería  un amigo. Poco más merece, según el autor,  ser destacado como testimonio de la vida del “hombrecillo” y está psicológicamente en lo cierto.

El existir no se concibe sin el anhelo de un otro.

Muchas veces hemos oído que el ser humano es social, que necesita del contacto e interacción con otros no solo para su supervivencia, sino para el disfrute pleno de su ser y estar. Y ese buscar al otro, disfrutar de él, empatizar con sus circunstancias y descubrirlo, se hace creando lazos.  Lazos que, tal y como se encuentra diseñada la vida de hoy, posiblemente surgirán, para los más pequeños, en el lugar en el que pasan la mayor parte de sus horas de vigilia: el cole.

Suena muy utópico, para un niño de 2 años, eso de crear lazos, pero llevado al terreno práctico no significa más que “gozar de y en compañía”. A menudo se da poca importancia a las relaciones sociales de los pequeños llegando a ser incluso el aspecto que menos preocupa cuando, realmente, lo importante de que una “personita” asista a un jardín de infancia, no es que aprenda los colores, o que pueda decir los días de la semana en inglés.

A los padres eso los alienta, hace que en sus torsos crezca el sentimiento de orgullo, que ojo, es muy importante; sin embargo, lo realmente trascendental es que los pequeños aprenda a vincularse, a interpretar señales sociales, a compartir y a buscar y disfrutar la interacción con sus pares. Los padres, no están en el cole, pero el ejemplo vivo de una conducta empática o emotivamente divertida no requiere su presencia continua en el centro escolar. Al llegar al cole a buscar a los más pequeños (con sus 2 o 3 años), no sólo hay que limitarse a preguntarles por su día, de hecho, escasa introspección y reflexión  podrán ofrecer.

Tomarse 5 minutos para además de darle todos los besos y abrazos que quepan en ese instante, preguntarles si un chico o chica específico ha ido al cole ese día, proponerles que vayan a decirle adiós o que vayan a ver si está jugando con sus padres en el arenero y entonces acompañarle, interesarse por el “amigo”, hablarle, hacerle reír, etc.,  va a servir de modelo a una conducta y a la vez despertará un interés que va más allá del mecánico “interactuar educado”.

Hay que fomentar la construcción de vínculos realmente significativos en los niños, tengan la edad que tengan.  Y para ello hay que potenciar las interacciones sociales en los chicos, fuera del colegio también, inscribiéndolos en alguna actividad extracurricular, haciendo el esfuerzo de salir con ellos al parque y asistirlos en la labor de relacionarse con otros o incluso utilizando los “play dates” o citas de juego, que son comunes en Estados Unidos y pueden ser un recurso al cual recurrir si vemos que nuestros chicos se sienten más cómodos en grupos pequeños y en un ambiente conocido y más reducido como puede ser una casa.  A la vez, los play dates sirven también para que los padres, que han de “modelar” aquello que quieren ver en sus hijos, tengan la ocasión de conocer a otros padres abriendo así posibilidades para ellos mismos.

Todos los adultos sabemos que las experiencias sociales únicas, o los vínculos especiales son los que realmente crean una resonancia emocional en nosotros, una sensación incluso física de “emoción” cuando pensamos en personas queridas o las vemos. Y la razón por la que estos sucede, es que han dejado de ser completamente ajenas y se han convertido un poco en “nuestras”. Hemos pues, creado un lazo con ellas. Se podría decir (tomando prestado el concepto tal y como lo utilizó De Saint-Exupéry) que hemos “domesticado” a alguien, o nos han “domesticado” a nosotros.

Remontémonos otra vez al relato que nos ocupa, para centrarnos esta vez en una propuesta: Propuesta que un zorro hace al pequeño Principito, quien estuvo poco tiempo en el planeta tierra, pero hizo a otros parte de sí y también se hizo él parte de otros: “Si me domesticas -dijo el zorro, seré para ti único en el mundo. Serás para mí único en el mundo…mi vida se llenará de sol”. Astutas criaturas son los zorros, y este más aún. He aquí el gran, sabio y pequeño secreto a voces del que se hizo eco y que escogió compartir con su amigo de rubios cabellos: “Sólo se conocen las cosas que se domestican. Los hombres ya no tienen tiempo para conocer nada”.

Hay cosas que merece la pena que se extingan, como los hombres que ya no tienen tiempo para conocer nada. Y hay pequeños grandes tratados que merecen la pena ser compartido, como éste. Pero sobre todo, hay cosas que merecen la inversión de todo el tiempo que sea necesario para cultivarlas, tal y como el que un niño aprenda a domesticar.

Rocío Fernández Cosme
Departamento Psicológico, Psicoterapéutico y Coaching
Rocío Fernández Cosme
Psicóloga
Niños, adolescentes y adultos
Idiomas de trabajo: Español e inglés
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