Según las estadísticas, los trastornos del comportamiento sexual conciernen a un notable porcentaje de la población de ambos sexos. Los problemas sexuales están muy a menudo en el origen de divorcios o sufrimientos dentro de una pareja o de una familia.
Ciertas condiciones de sufrimiento psíquico están acompañadas por algunas dificultades en la vida sexual, por lo que podría decirse que basta una leve anomalía en el funcionamiento psíquico para que el comportamiento sexual se resienta de ello. Por ejemplo, en la depresión el deseo sexual se reduce o está ausente; varios tipos de trastorno de base ansiosa o fóbica y numerosos trastornos obsesivos o compulsivos repercuten en la sexualidad trastornándola.
Los trastornos de la sexualidad son el resultado de una mala relación entre la voluntad y la prestación, entre el esfuerzo del control mental y la incapacidad de dejarse transportar por las sensaciones. La interferencia de la voluntad con la espontaneidad es siempre deletérea: en el campo sexual, muchos trastornos se derivan de los intentos que hace la persona para experimentar sensaciones que, de manera misteriosa, escapan precisamente porque se las persigue.
Para resolver esta tipología de trastornos, la intervención terapéutica debería enfocarse en desbloquear, en el menor tiempo posible y en la manera más eficaz, los contrastes entre mente y naturaleza, reconduciendo la sexualidad a su completa naturalidad.
En efecto, los problemas de ese tipo se forman por la interferencia de la voluntad o de la racionalidad en comportamientos y funciones, como los sexuales, no controlados por estos parámetros. Sin embargo, el sexo, como la alimentación, la respiración y otros comportamientos, yace en el interregno entre la voluntad y la espontaneidad, y en esto reside su intrínseca debilidad y su susceptibilidad en originar problemas.
No sorprende, pues, que a menudo el intento de disciplinar el propio comportamiento sexual no dé buen resultado y se creen situaciones susceptibles de evolucionar como:
El comportamiento sexual está fuertemente exigido por la naturaleza, por lo que es suficiente inhibir las soluciones intentadas que lo vuelven innatural para obtener la solución al caso clínico individual. En terapia nos apoyamos, por lo tanto, por así decirlo, en la fuerza misma de la sexualidad. Esto es posible solamente si se parte de la premisa que el problema no es el síntoma de algo escondido en el inconsciente, sino que se ha formado por comportamientos llevados a cabo racional y voluntariamente para intentar resolver un problema en principio pequeño.
El análisis de casos clínicos ya tratados pone de manifiesto que las modalidades llevadas a cabo por las personas que presentan trastornos de este tipo se pueden reconducir a dos categorías fundamentales: la búsqueda deliberada de sensaciones y/o reacciones que por naturaleza son espontáneas, o su evitación. El trabajo terapéutico se desarrolla justo a partir de esos intentos de solución que en el tiempo pueden comprometer seriamente la respuesta sexual.
"Nadie puede vivir sin placer". Santo Tomás