Cuántas veces no habremos visto a un niño pequeño (y no tan pequeño) ser dominado por sus emociones. Una rabieta, lágrimas o gritos desproporcionados ante un evento relativamente poco importante o tal vez un cerrarse en si mismo y negar cualquier interacción con el medio, son algunas de las maneras en las que niños, adolescentes e incluso algún mayor, experimentan frustración, enfado, vergüenza o distrés en general.

A lo largo de nuestras vidas, todos vamos aprendiendo cómo expresar lo que sentimos, y una parte importante de ese expresar es la modulación. Las emociones (produzcan estas sensaciones agradables o displacenteras) tienen cada una su razón de ser y estar entre nosotros: ¿qué sería del mundo por ejemplo, si no existiera el enfado? Podríamos pensar, como bien lo explican algunos niños que sin el enfado, “no me importaría si me hiciesen algo malo, no me defendería” o “no me daría cuenta de que algo no me ha gustado”. Cuánta razón tienen… Ahora bien, una expresión desbordada, a destiempo o incluso que pueda hacer daño a la persona que experimenta y expresa la emoción o a otras a su alrededor, no beneficia a nadie. De ahí que la modulación o regulación (como quiera etiquetarse) sea un factor importante a la hora de “dejar ver” lo que se siente.

Cada emoción tiene su razón de ser, como bien me han dejado claro alguno de los pequeños con los que interactúo día tras día. Esto puede ser una obviedad, pero si vemos alguien sonreír, de seguro esa sonrisa ha venido precedida por una causa que resulta agradable a ese alguien. Si alguien siente una emoción, ha habido pues un evento desencadenante.

De ahí que las emociones (y el sentirlas) no debe ser ignorado por un adulto frente a un niño. Las emociones deben ser identificadas, nombradas y validadas.

Así es como alguien pequeño va a aprendiendo lo que siente y en el mejor de los casos, a comprender la causa de ese sentir.

Y qué tendrá que ver una tortuga con sentir, modular y dejar ver…Cuando pensamos en una tortuga, a lo mejor nos viene a la cabeza una imagen de pasividad, o incluso de cobardía, pero lo cierto es que es un animal que por una parte refleja tranquilidad, y por otra, sabe cuando protegerse. La tortuga fue pues el animal elegido para desarrollar la adaptación infantil de una metodología de regulación emocional en adultos con problemas de manejo de ira. Dicha adaptación (desarrollada por Schneider y Robin, 1990) es precisamente lo que quiero compartir con aquel que se haya animado a descubrir, leyendo, la relación entre el enfado y las tortugas.

La “Técnica de la tortuga” consta de varios pasos y aunque su uso fue concebido para dar respuesta al desbordamiento e impulsividad nacientes del enfado, hoy en día también se usa para el fomentar el autocontrol en niños con trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Hay distintas versiones sobre como entrenar a los niños para usar el método. Quizás la más simple es la resumida.

  • Cuando ocurra algo que te haga sentir frustrado o enfadado date cuenta de lo que estás sintiendo, y cómo se siente en tu cuerpo (¿tienes calor? ¿Se notan tus músculos estirados o tensos? ¿Sientes muchas ganas de llorar?)
  • Piensa en la palabra STOP o DETENTE, y mantén tus manos, piernas y palabras quietas.
  • Cierra los ojos, métete en tu caparazón y empieza a respirar profundo, cogiendo aire por la nariz y soltándolo por la boca. A la vez, piensa en pensamientos que te ayuden a calmarte, tales como: “Yo sé como sentirme más tranquilo”, “si respiro despacio puedo calmarme”, “cuando me sienta más relajado lo puedo volver a intentar …”
  • Sal del caparazón cuando hayas pensado en una solución o cuando te encuentres relajado y puedas hablar del problema que has tenido.

Es muy probable que una vez conozcan estos pasos, necesitemos enseñar a los pequeños maneras en las que puedan solucionar conflictos, es decir, a producir el paso número cuatro de una manera más concreta y con ejemplos prácticos, partiendo de situaciones que puedan ocurrir en casa o en el cole.

Hoy en día muchas veces pretendemos que nuestros niños se instruyan solos, que tengan todas las respuestas antes de tiempo, que no se “porten mal” y que sean modélicos, casi robots… Hay que instruirlos, enseñarles, tomarse el tiempo de explicarles por qué “no se pega” o cómo mamá y papá también se enfadan y qué hacen para sentirse mejor. Es mejor tener a pequeños ensayando cómo ser tortugas y no a adultos desprovistos de herramientas para luchar contra la hiena, hipopótamo, oso pardo o tal vez tiburón que a veces despiertan en nosotros.

Rocío Fernández Cosme
Division of Psychology, Psychotherapy and Coaching
Rocío Fernández Cosme
Psychologist
Children, adolescents and adults
Languages: English and Spanish
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