Generalmente, cuando tomamos la decisión de ir a terapia es porque tenemos algún problema en el presente que nos genera malestar y nos vemos sin recursos para poder manejar la situación de forma efectiva. A veces, este problema lleva un tiempo con nosotros (meses, años); otras veces, ocurre algo repentino en nuestra vida que hace que busquemos ayuda de forma inmediata. Independientemente del tiempo con el que llevemos conviviendo con el problema, lo que suele ocurrir cuando decidimos comenzar terapia es que este problema interfiere de forma significativa en el presente en diferentes ámbitos de nuestra vida (personal, familiar, laboral, académica, de pareja, etc.).

Durante la terapia, nuestro terapeuta nos va a realizar preguntas para entender cómo se manifiesta el problema (sintomatología), desde hace cuanto tiempo convivimos con él y cómo nos afecta a las diferentes áreas de nuestra vida. También nos va a hacer preguntas sobre nuestra infancia, adolescencia y edad adulta, pero especialmente, va a querer profundizar en las experiencias tempranas con nuestros padres o personas cercanas con las que crecimos.

Evidentemente, podemos entender que sea importante que nuestro terapeuta nos conozca, no solo en el presente, si no que también conozca nuestra trayectoria vital, pero ¿por qué tanto interés en conocer las experiencias relacionales en la infancia?

Veamos por qué es tan importante conocer en profundidad estas experiencias infantiles para entender los problemas o dificultades que tenemos en el presente.

En la infancia, a través de la interacción con las personas que nos rodean y con el mundo exterior, se comienzan a establecer los patrones de pensamiento y comportamiento, las estrategias de afrontamiento y habilidades de regulación emocional, así como los esquemas mentales sobre cómo funcionan las relaciones con los seres queridos o personas del entorno cercano.

Puesto que cuando somos pequeños somos dependientes de los adultos cercanos para poder sobrevivir, cuando somos niños vamos a hacer todo lo posible por mantener a nuestros padres/cuidadores lo más cerca posible para que satisfagan nuestras necesidades (físicas, emocionales, cognitivas, sociales). Para ello aprenderemos, a través de la interacción con ellos, cómo tenemos que comportarnos para recibir atención, amor y cuidados. Así, a través de las experiencias tempranas con nuestros padres/cuidadores aprendemos nociones básicas sobre como funcionan las relaciones afectivas en términos de cuidado, seguridad, intimidad y dependencia.

En la interacción con nuestros padres/cuidadores también empezaremos a forjar el concepto de nosotros mismos en base a las cosas por las que se nos valora, recompensa o se nos quiere; y en base a las cosas por las que se nos castiga, desprecia o maltrata. De esta forma, comenzaremos a desarrollar nuestro autoconcepto, nuestra opinión sobre nosotros mismos, en términos de si somos válidos, suficientemente buenos, o merecedores de amor/cuidado/atención por parte de las figuras importantes de nuestra vida. Así mismo, comenzaremos a conformar nuestro sistema de valores y de creencias, nuestra idea sobre lo que tiene valor en el mundo, tanto respecto a nosotros mismos como con respecto a los demás.

Por tanto, las experiencias infantiles con nuestros padres/cuidadores tendrán un gran impacto sobre quienes somos y sobre cómo pensamos, sentimos y nos comportamos tanto en la adolescencia como en la edad adulta. Así, vemos como los patrones de relación, comportamiento y pensamiento que adquirimos en la infancia nos acompañarán a lo largo de nuestra vida.

Evidentemente, esto no significa que otras experiencias posteriores ocurridas durante otras etapas de la vida no tengan impacto sobre nuestros esquemas mentales y patrones comportamentales; por supuesto que sí. Sin embargo, las experiencias tempranas con nuestros padres/cuidadores van a establecer las bases sobre la forma en la que vemos y nos enfrentamos al mundo y a las relaciones interpersonales. Y esto es fundamental a la hora de entender el origen de los problemas que podemos tener en el presente.

Veamos un ejemplo:

Si un niño ha sufrido abandono o negligencia durante la infancia, si ha crecido en un ambiente en el que sus padres no han estado disponibles para atender sus necesidades de forma consistente y predecible, el niño no se sentirá seguro en la relación con ellos. Crecerá con la sensación de que no puede depender de las personas cercanas y es probable que tenga miedo a ser abandonado, pues la experiencia le indica que no puede confiar en que las personas cercanas vayan a estar disponibles cuando las necesite. De esta forma, en la interacción con sus padres se irán formando sus esquemas mentales sobre como funcionan las relaciones afectivas, y esta será la base de la cual partirá en posteriores relaciones de amistad o de pareja.

Como hemos explicado anteriormente, los niños van a desarrollar ciertas conductas para mantener a los padres lo más cerca posible y aumentar así las posibilidades de que sus necesidades sean cubiertas. Así, ante la falta de atención y cuidado por falta de los padres, es probable que este niño llore desconsoladamente cuando se separe de ellos con el objetivo de evitar la separación. También es probable que le moleste que los padres presten atención a otras personas, pues eso minimizaría sus posibilidades de ser atendido. Generalmente, la incertidumbre respecto a la satisfacción de necesidades se traduce en gran malestar, desconcierto, sensación de falta de control y miedo al abandono.

Respecto al concepto de sí mismo, es probable que este niño sienta que no es querible, que no es suficiente, que hay algo malo en él que hace que las personas cercanas no le quieran/cuiden/atiendan (a nivel más inconsciente). Al formarse estos esquemas en la infancia, los niños no pueden llegar a entender el complejo mundo de los adultos y las razones por las cuales los padres/cuidadores no les atienden adecuadamente, por lo que generalmente, asumen la responsabilidad por la falta de atención o cuidado por parte de los padres. De esta forma, este niño irá formando un concepto negativo de sí mismo que, a su vez, le afectará en posteriores relaciones y otros contextos de la vida (de pareja, laboral, académico, etc.).

Así, es muy probable que cuando este niño se convierta en adulto, en futuras relaciones, especialmente en relaciones de pareja, siga manteniendo este concepto de sí mismo y estos patrones de pensamiento y comportamiento. Esto se puede manifestar en las relaciones adultas en problemas de celos, dificultades para confiar en la pareja, miedo constante a que la pareja le abandone, enfadarse constantes porque la pareja pase tiempo con otras personas o realizando sus hobbies, etc. Como vemos, estos comportamientos se parecen mucho a los comportamientos que esta persona utilizaba en la infancia para llamar la atención de sus padres/cuidadores.

Estos patrones de pensamiento y comportamiento se suelen mantener con independencia del comportamiento de la pareja, pues son los esquemas de relación que construyó en la infancia. Es decir que, aunque su pareja no diera ninguna señal que indicara la intención de abandono, esta persona seguiría teniendo miedo porque parte de la expectativa de que las personas cercanas no son confiables y se van a marchar en algún momento. Respecto al concepto de sí mismo, esta persona seguirá sintiendo que no es suficiente, y probablemente no entenderá por qué su pareja quiere estar con él; de aquí, también el miedo al abandono.

Así, vemos como estos esquemas de relación que esta persona adquirió en la infancia, fundamentalmente en el contexto familiar, le acompañarán a lo largo de su vida y serán trasladados a otros contextos y a otras personas.

En el caso particular de esta persona, estos patrones de pensamiento y comportamiento probablemente darán lugar a altos niveles de ansiedad y a síntomas depresivos, además de gran cantidad de conflictos y malestar en la pareja. Estos problemas serán las razones por las cuales esta persona tomará la decisión de comenzar la terapia. Así, vemos como los problemas que presenta esta persona en el presente tiene sus raíces en las relaciones tempranas con sus padres.

Por esta razón, en terapia siempre exploraremos las relaciones infantiles. Lo que iremos haciendo en terapia será conectar presente y pasado, y veremos como lo que está ocurriendo en el presente tiene relación con las experiencias pasadas y con formas de funcionar en el mundo que aprendimos durante la infancia.

Al inicio del tratamiento abordaremos la sintomatología y las dificultades en el presente, proporcionado entendimiento sobre el origen y mantenimiento de los problemas y proporcionando herramientas para gestionar estas dificultades. Posteriormente, abordaremos temas más profundos, que nos lleven a cuestionarnos los patrones de pensamiento/comportamiento, los esquemas de relación, las creencias y valores; los cuales se instauraron en la infancia y son la base de nuestros problemas en el presente. A raíz de este proceso de cuestionamiento, iremos sustituyendo estos esquemas por otros que sean más adaptativos y que estén más ajustados a la realidad que estamos viviendo. Lo cual se traducirá en un impacto positivo en nuestra forma de pensar, sentir y comportarnos en el presente, y mejorará así nuestro estado de ánimo y la calidad de vida.

Amanda Blanco Carranza
Departamento Psicológico, Psicoterapéutico y Coaching
Amanda Blanco Carranza
Psicóloga
Adultos
Idiomas de trabajo: Español e inglés
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