Algunas de las personas que acuden a terapia se sienten impotentes e incapaces de cambiar su destino. Creen que son débiles y no confían en sus propias capacidades. Estas personas pueden pensar incluso que su presencia es irrelevante en la sociedad, que no pueden aportar nada significativo y que a nadie le importa su existencia. Se sienten como observadores pasivos del mundo que les rodea pero sin capacidad para formar parte activa de él.

Cambiar esta percepción de sí mismos y de su posible influencia en el mundo es uno de los objetivos de la terapia.

La realidad es bien distinta. Las personas vivimos en sociedad y aunque no siempre nos demos cuenta de ello, tenemos un gran impacto a nuestro alrededor. Nuestra influencia abarca desde los grupos más pequeños y próximos a nosotros (como es la familia) hasta los más lejanos y numerosos (como puede ser el conjunto de la sociedad) en algunas circunstancias.

Veamos algunos ejemplos: el padre que comparte, enseña, juega con su hijo está marcándole profundamente. Lo que dice y hace tiene un gran impacto en la manera de entender el mundo de este niño. El ejemplo que recibe le ayudará a formar su propia percepción de sí mismo y del mundo en general. Si es objeto de críticas constantes, si es ignorado o culpabilizado, o si hay carencia de afecto, el niño crecerá con importantes deficiencias. Por el contrario, si el niño sabe que es querido, si se le enseña a superar las dificultades y los errores y se le apoya en cada nuevo aprendizaje, crecerá más equilibrado y tendrá más recursos.

La influencia que tenemos cada uno de nosotros llega mucho más lejos aún. No se restringe únicamente a nuestros hijos. Nuestro comportamiento y nuestra actitud ante la vida es también un modelo para todo aquél que interactúa con nosotros. Si queremos pertenecer a algún grupo, trataremos de comportarnos como sus miembros y aceptaremos sus reglas. Si nos gusta una persona y queremos acercarnos a ella y que ella nos acepte/quiera, dejaremos de hacer cosas que sabemos que la disgustan y haremos otras que la agradan. Cuando nos cruzamos con alguien todas las mañanas y le saludamos abiertamente con una sonrisa, y unas palabras agradables, estamos marcando una diferencia en la vida de esa persona en ese momento y quizás de manera más permanente. Si por el contrario la ignoramos o la evitamos perdemos entonces la oportunidad de aportar algo positivo. La lista es interminable.

Pero este impacto no se restringe únicamente a nuestro círculo más cercano, ni siquiera al conjunto de personas con las que interactuamos directamente. Hoy en día nuestra capacidad de llegar a un gran número de personas ha aumentado enormemente con las nuevas tecnologías. Facebook, Twitter, Instagram o Snapchat son algunos ejemplos de cómo cualquier persona con un ordenador o un teléfono móvil puede difundir un mensaje que acabe convirtiéndose en un fenómeno social e impactando a millones de personas (…).

Por lo tanto, la capacidad para modificar nuestro entorno existe y solo depende de nosotros cómo queramos hacerlo.

Por último, me gustaría recomendar dos películas que aun siendo muy distintas, las dos tratan este tema y nos pueden ayudar a reflexionar sobre nuestra capacidad para modificar nuestro entorno: “¡Que Bello es Vivir!” (“It´s a Wonderful Life”)” y “Cadena de Favores” (“Pay it Forward”).

La primera es un clásico de Frank Capra, protagonizada por James Stewart y Donna Reed de 1946. En ella se cuenta la historia de un hombre que contempla cómo hubiera sido la vida de los que le rodean si él no hubiera existido…

La segunda es una película del año 2000 dirigida por Mimi Leder con Kevin Spacey y Helen Hunt que narra cómo un niño de 12 años piensa y pone en práctica un método que sirve para mejorar el mundo con la ayuda de la simple determinación y la voluntad de cada persona.

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